Sobre El Arte Contemporáneo es Argentino (2015), de Valentín Demarco

por Ariel Schettini

Si tuviéramos una lente de suficiente aumento para mirar la historia de un vistazo, podríamos ver en los golpes de cincel de Valentín Demarco, que pegan sobre el metal que va tomando forma, las capas culturales de las que está hecha su obra en un corte transversal.


Como dialoga, recupera, impugna y vuelve a pensar la tradición y sus versiones, la historia de la obra de Demarco comenzó mucho antes que sus objetos. Se trata del relato que comienza con la fantasía fundadora: la escuela de orfebrería olavarriense con sus próceres y sus objetos sagrados. Y si detrás de la fundación de toda tradición siempre hay un sueño mesiánico, el de la orfebrería olavarriense no es menor al de la Academia de los primeros pensadores. Porque si, efectivamente, la escuela persiste y triunfa es también porque hay quienes, como Demarco, la revitalizan y la recrean, pero que también vuelven sobre ciertos rasgos que le dan una forma reconocible, una identidad.


Por ello, si la pregunta por la tradición y su raigambre (el invento de la tradición y los inventos que la tradición descierra) adquiere valor en Demarco, no es porque busque darse legitimidad en su relato, sino porque permite que la obra se lea en el interior del diálogo entre una mano que ejecuta el martillo y empuja a una comunidad creadora. Así que es posible entender toda su producción como la de una musculatura que se fue afinando con el tiempo, con el tiempo de su formación, pero también con el tiempo de la historia de su comunidad, la de los plateros, la de los orfebres argentinos, hasta constituirse en un oficio. Y, como todo oficio, supone poner en el cuerpo una memoria: pensar en el oficio del orfebre es, también, remontarse a un antes y a un destino futuro de la obra.


Desde el pasado originario prehispánico al lujo gauchesco, para su patrimonio fundamental (el apero del caballo, las espuelas, el cinturón, la bombilla; instrumentos fundamentales en la vida campesina cuyo poder de incidencia era y es superior al del hierro), la plata brilla en la historia nacional antes de la colonia y después de ella, hasta el presente. De modo que si en la obra de Demarco se puede leer esa comunidad (la colonial en su fascinación por la minería y luego, la nacional del trabajo agropecuario) y sus símbolos, también será legible su estética (el modo en el que se importa el barroco italiano en el motivo ornamental de algunas piezas). Entonces, en un ínfimo detalle en el que se traba la fauna ornamental barroca aparece también el diálogo entre la cultura del gaucho y el inmigrante que funde dos territorios: el de los recién llegados y el de los establecidos.


Es cierto que la tarea del orfebre bien puede generar un oficio que produce utensilios, aunque no necesariamente un artista conceptual. Lo que hace Demarco es también un instrumento de reflexión, un discurso. Por eso, lo suyo es impensable sin una discusión acerca de la localización del arte contemporáneo. Lo que era posible en otras eras de lo artístico, su ubicación en el tiempo y en el espacio, queda desmaterializado en Demarco. En ese objetivo de mostrar la desmaterialización del mundo, puede pasar del objeto a la instalación, de la inmarcesible obra a la acción estética, de la plúmbea pesadez de la plata o el bronce a la frágil docilidad de la seda.


Su obra-acción El Arte Contemporáneo es Argentino vincula el material a una serie de conceptos: la pérdida del centro del arte global, la pérdida de materialidad de la obra y la pérdida de solidez de las palabras; sin olvidar que se trata del instrumento fundamental, el pañuelo al viento para bailar un pericón en una fiesta gaucha. Pero Valentín Demarco sabe perfectamente que la incorporación de un nuevo concepto a su trabajo transforma todo el mapa en el que se lo inscribe. No hay pieza de su trabajo que no tenga, al menos, un doble sentido, un double entendre. Una vez que se impuso el “arte” sobre el objeto, ahora departe con sus contemporáneos. Como la complejidad de los diálogos culturales que intersecan su trabajo es totalmente conceptual, lo puede enunciar mediante los materiales más diversos: desde la maleabilidad y la rigidez de la plata o el bronce, hasta la docilidad y suavidad de la seda.


Si faltaba un discurso más para escudriñar las mil capas geológicas de las que está hecha su obra, están las mancuernas de bronce que miran desde la fisicalidad masculina del gaucho al artista barroco queer de la pampa. El indio vago, gaucho matrero, artista contemporáneo se hace en una suma de identidades, que todas contradice y hace chocar entre sí: Platero o yo.


Las fantasías del universo que fue clandestino del BDSM gay ahora se encuentran con el apero del gaucho que llevaba en su nombre el insulto y el delito. La clandestinidad del pasado puede ser el lugar de encuentro de esas voces y se puede escuchar en la voz deformada de José Larralde que recita la palabra “Macho” y un solo efecto de mirada hace que estalle el sentido de su canto. Se puede ver en los símbolos patrióticos que se ordenan en una serie de pequeñas piezas colgantes que, al fundir el material para generar el bronce, funden también el modo en el que patria o sexo se mezclan en la fragua de los afectos y las emociones: Platero y yo.


Metidas entre esos diálogos que se cincelan en la mano de Demarco, sus piezas aceptan todas las tradiciones sin que ninguna niegue a la otra. Sin embargo, ese debate las transformará sin vuelta atrás, porque al poner el cincel sobre la plancha y dar con la pieza en el cruce de los discursos, se puede escuchar el destello de su voz que dice: “los amo a todos”.


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